Una vez preparado el suelo, plantadas las vides, y elegido el sistema de conducción, toca «domar» a la vid. Esta ardua tarea la conseguiremos llevar a cabo gracias a la poda, que consiste en limitar el tamaño de la cepa para controlar el desarrollo de la vegetación y el fruto (tanto en la cantidad como en la calidad).
Sobre este tema hablaremos más adelante.
Y entonces… ¿Qué hacer hasta que salgan las primeras uvas?
Alimentar a la planta, vigilar que no sufra daños (alteraciones bióticas o abióticas) y ser paciente. Si has elegido plantar vides de un año necesitarás paciencia. Normalmente, la primera producción de vid suele darse entre dos y tres años después de plantarla.
El agua de lluvia será la principal fuente de irrigación en nuestras cepas, pero si el nivel de precipitaciones en la zona es escaso y necesitamos cubrir las necesidades de agua de manera artificial, os recomiendo estos dos sistemas de riego:
- Riego por goteo: cada planta tiene su propio gotero y no se desperdicia agua. La elección de gomas y goteros de calidad es importante para evitar fallos en este sistema.
- Riego por aspersión: Los aspersores son más económicos, pero se desperdicia una gran cantidad de agua que no llega directamente a la planta.
Es importante realizar un buen control del riego, ya que tanto su exceso como su defecto ocasionan serios problemas en la plantación.
La escasez de agua provoca que las hojas se marchiten, afectando a la capacidad de la vid para realizar la fotosíntesis, y por tanto a la correcta maduración del fruto, pudiendo llegar, en el peor de los casos, a secar la planta.
Un exceso de agua también es perjudicial, ya que fomentaría un crecimiento excesivo de la parte vegetativa, robando alimento al fruto para desarrollar nuevas hojas, o incluso llegando a «inflar las uvas», diluyendo los niveles de azúcar, lo que reduce la calidad del fruto.